viernes, 16 de septiembre de 2011

El experimento de Milgram, sería usted capaz de asesinar?

¿Podría una persona normal llegar a torturar o asesinar a alguien sólo por obedecer? ¿Qué porcentaje de hombres lo harían? ¿Y usted, acataría esa terrible orden?

Tras la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial surgió un gran interés en los ámbitos académicos sobre los límites de la sugestión. Los fascismos durante los años 30 y 40 del siglo XX habían sido un buen ejemplo de ello, pero, ¿hasta dónde podía llegar la capacidad persuasiva del grupo sobre el individuo? Varios psicólogos sociales realizaron investigaciones sobre este tema en las dos décadas siguientes a la guerra. El experimento de Milgram es uno de los más conocidos (y sorprendentes) dentro de este campo.


Antes que nada comencemos explicando lo que es la psicología social. Por definición, la psicología social estudia el impacto que la presencia de otras personas provoca en un individuo, tanto en sus sentimientos como en su comportamiento. Simplificando un poco, su campo de estudio son las leyes que rigen los fenómenos sociales. Estas leyes de deducen a partir de la observación y la experimentación, al igual que cualquier ciencia, con la característica especial de que las relaciones sociales son más difícilmente aislables que los sucesos estudiados por otros campos y, por lo tanto, mucho más complejas. El estudio de Milgram sigue el esquema básico usado por la mayoría de experimentos en psicología social: se intentan minimizar las influencias externas simplificando y sistematizando cada pregunta, cada respuesta y cada comportamiento. Los voluntarios son cuidadosamente seleccionados, evitando cualquier prejuicio previo que pueda afectar al experimento, y los datos recogidos y organizados para su estudio estadístico.

Los estudios de Stanley Milgran (psicólogo e investiador de la universidad de Yale) comenzaron en el año 1961, poco después del revuelo mediático producido por el juicio contra Adolf Eichmann, condenado a muerte por sus crímenes durante el Holocausto en Alemania. La pregunta que Milgram se hacía era la siguiente: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices? Citando al propio Milgram:

Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.

A través de anuncios en la prensa Milgram ofrecía cuatro dólares (el equivalente a unos 30€ hoy en día) por trabajar como voluntario en un estudio “sobre la memoria y el aprendizaje”. Entre los seleccionados para el experimento se encontraban personas de toda clase y condición social. Para realizar el experimento se requerían tres personas: el experimentador, un voluntario en el papel de maestro y otro en el de alumno. Estos dos roles se designarían al azar extrayendo dos papeles de una caja. De aquí en adelante nombraré a estos dos voluntarios con el nombre de sus roles.

El experimentador llevaría al alumno a una sala contigua, comunicada con la primera con una pared de vidrio, y le guiaría hasta la silla metálica del centro de la sala. El experimentador le ataría a la silla de pies y manos, colocándole varios electrodos con crema en brazos, manos y sienes.

En la otra sala se sentaría el maestro. El experimentador le entregaba entonces una hoja con varios pares de palabras. El maestro debería leer en alto la primera palabra de cada par, ofreciendo al alumno cuatro respuestas posibles por cada una de ellas. Si la respuesta escogida era al correcta pasaría al siguiente par, si no lo era, el maestro debería pulsar un botón para aplicar al alumno una descarga eléctrica. Los botones estaban organizados en niveles sucesivos de 15 en 15 voltios, organizados en grupos: descargas ligeras (15-60), moderadas (75-120), fuertes (135-180), muy fueres (195-240), intensas (255-300), intensidad extrema (315-360) y descarga grave (375-420, marcada con "Peligro").
Las primeras descargas eran leves, pero pronto la intensidad subía de los 100 voltios. El alumno gritaba y suplicaba al maestro que parase. Al llegar a los 300 voltios el alumno se desmayaba durante varios minutos. El maestro debería negarse a continuar cuatro veces para que el experimento concluyese. En caso de que no lo hiciera se daría por terminado tras la tercera descarga a máxima intensidad.

Ahora bien: obviamente, un experimento como el descrito hasta ahora violaría todas las normas éticas y legales en el campo de la experimentación. Y es que el maestro o, mejor dicho, el alumno en el papel de maestro, no sabía que el otro voluntario, en el papel de alumno, era en realidad un actor. Las descargas y los gritos eran fingidos, y el sorteo de roles amañado desde el comienzo.

Los resultados obtenidos por Milgram fueron, como poco, sorprendentes. Un 65% de los voluntarios continuaron el experimento hasta el final, aplicando la descarga máxima (450 voltios) tres veces. Nadie se opuso a continuar antes de los 300 voltios. El 84% de los voluntarios dijeron que se sentían "contentos" o "muy contentos" de haber participado en el experimento. Estos datos (consultar el apartado al final del artículo) fueron repetidos y comprobados en diversos experimentos en lugares, momentos y experimentadores diferentes. Los resultados fueron los mismos: el porcentaje de voluntarios que concluyeron el experimento oscilaba entre el 61% y el 66%.

Las conclusiones del experimento de Milgram son claras: la capacidad de sugestión grupal es mucho mayor de lo que cabría suponer, y la gran mayoría de la población se somete con sorprendente tranquilidad moral a la autoridad que consideran superior, legando en ella la responsabilidad práctica y ética. Un simple incentivo de autoridad (el respeto por la investigación y los experimentadores universitarios, sumado a una pequeña paga) permite romper barreras éticas con una facilidad que nadie habría sospechado. Nuestros actos son, al fin y al cabo, sorprendentemente ajenos.

Datos y estadísticas
En el experimento de Milgram participaron 40 hombres, de los que 26 continuaron hasta el final (65%) y 14 se negaron a hacerlo. Entre los 26 que concluyeron el experimento muchos se sintieron incómodos y molestos al aplicar la descarga máxima. Todos ellos afirmaron en algún momento que querían terminar o cuestionaron el experimento, sin llegar a afirmar de forma rotunda (las cuatro veces necesarias) que no continuarían. Las respuestas del experimentador a las renuencias de los voluntarios eran las siguientes:

1. Continúe, por favor.
2. El experimento requiere que usted continúe.
3. Es absolutamente esencial que usted continúe.
4. Usted no tiene opción alguna. Debe continuar.

Si el voluntario seguía negándose a continuar tras las cuatro respuestas el experimento terminaba. Como ya he dicho, todos los voluntarios se mostraron reacios a continuar en al menos una ocasión. Milgram repitió el experimento con distintas variables. Entre estos experimentos secundarios cabe destacar:

- El 2º experimento, dónde las órdenes se daban por teléfono. El índice de obediencia se redujo al 21%. Varios intentaron engañar al experimentador fingiendo que continuaban el experimento.
- El 8º experimento, realizado sólo con mujeres, prueba que el índice de obediencia no varía según el sexo.
- El 10º experimento, realizado en una oficina modesta en Bridgeport, Connecticut y dirigida por una supuesta entidad comercial. Sin la presencia del factor de prestigio de la Universidad, el índice de obediencia se redujo al 47,5%.Demuestra que el prestigio social del "líder" (experimentador, en este caso) es un factor clave.

Continuando con lo probado en el 2º experimento Milgram realizó varios experimentos variando la cercanía entre alumno y maestro. Los datos de abandono en las distintas variables del experimento según la proximidad se muestran en la siguiente tabla:
Proximidad de contacto: El maestro se encuentra en la misma habitación que el alumno, a medio metro de él, y el voluntario debe obligar al alumno a colocar su mano sobre una placa metálica para recibir la descarga.
Proximidad: El maestro y el alumno se encuentran en la misma habitación, a medio metro de distancia.
Feedback oral: El maestro no puede ver al alumno, que se encuentra en una sala contigua, pero oye sus gritos y sus voces de protesta.
Feedback remoto: El alumno se encuentra en una habitación contigua, y el maestro no puede verle. El único contacto entre los dos son los golpes como protesta que comienzan en los 300 voltios.

La gran mayoría de experimentos realizados por otros equipos de investigación corroboran los datos de Milgram. Una discrepancia importante es el resultado del experimento de Kilham y Mann (1974), en el que el índice de obediencia bajó drásticamente al realizar la prueba con mujeres (de un 65% a un 40%). La opinión general en el campo es que las mujeres son menos obedientes que los hombres en esta situación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario