Entre las víctimas de Ártemis figura, además, Orió, el cazador gigante. El motivo que la impulsó a matarlo difiere según las tradiciones: o bien Orión incurrió en la ira de la diosa por haberla desafiado a lanzar el disco, o bien por haber tratado de raptar a una de sus compañeras, Opis, que había mandado venir del país de los Hiperbóreos. O bien, finalmente, Orión habría tratado de violar a la propia Ártemis, por lo cual ella le envió un escorpión que con su picadura lo mató. Otro cazador, Acteón, hijo de Aristeo, debió también su muerte a la cólera de la diosa. Asimismo encontramos a Ártemis en el origen de la cacería de Calidón, a manos del cual había de sucumbir el cazador de Meleagro. Por haberse olvidado Eneo de sacrificar Ártemis cuando frenaba a todos los dioses las primicias de sus cosechas, la diosa envió contra su país un jabalí enorme.
Un episodio de los trabajos de Heracles narra cómo el héroe había recibido de Euristeo la orden de traerle el ciervo de cuernos de oro consagrado a Ártemis. Heracles, no queriendo herir ni matar al sagrado animal, lo persiguió durante todo un año, hasta que al fin, cansado, lo mató. Inmediatamente se aparecieron Ártemis y Apolo para pedirle cuentos, y el héroe logró apaciguarles cargando a Euristeo la responsabilidad de aquella persecución.
El mismo tema aparece en la historia de Ifigenia: la cólera de la diosa contra la familia venía ya de lejos, pero fue renovada por un apalabra imprudente de Agamenón, quien, habiendo derribado un ciervo en una cacería, mientras aguardaba, en Áulide, que se levantase un viento favorable para marchar contra Troya, exclamó: “¡Ni la propia Ártemis podría haberlo matado así!”. La diosa envió entonces una bonanza, que inmovilizó toda la flota, y Tiresias, el adivino, reveló la causa del contratiempo, añadiendo que el único remedio era inmolar Ártemis Ifigenia, la hija doncella del rey. Pero Ártemis no aceptó el sacrificio. En el último instante sustituyo a la doncella por una cierva, y se llevó a aquella, transportándola a Táuride en calidad de sacerdotisa del culto que se le tributaba en aquel lejano país.
Ártemis era adorada en todas las regiones montañosas y agrestes de Grecia: en Arcadia y en el territorio espartano, En Laconia, en el monte Taigeto, en Élide, etc.
En el mundo griego su más célebre santuario era el de Éfeso, donde Ártemis había asimilado una antiquísima divinidad asiática de la fecundidad.
Los antiguos interpretaron ya Ártemis como personificación de la Luna que anda errante por las montañas. Su hermano Apolo era también considerado generalmente como personificación del Sol. Pero lo cierto es que no todos los cultos de Ártemis son lunares, y que la diosa, en el panteón helénico, ocupó el lugar de la “Señora de las fieras”, revelada por los monumentos religiosos cretenses. Ha asimilado también cultos bárbaros, como el de Táuride, caracterizado por sacrificios humanos.
Hacíase de Ártemis la protectora de las Amazonas, guerreras y cazadoras como ella, y, como ella, independientes del yugo del hombre.
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