A pesar de no ser bien visto por la ley, carecía de legislación alguna, lo que lo convertía en una práctica con un importante vacío legal.
Muchos hombres de escasos recursos optaban por esta forma de cancelación del matrimonio para evitar los elevados costes y el largo proceso que conllevaba un divorcio.
En aquella época las esposas eran una pertenencia más del marido y era este el que disponía de la decisión de dar por zanjado el matrimonio cómo y cuando quería.
Muchos hombres de escasos recursos optaban por esta forma de cancelación del matrimonio para evitar los elevados costes y el largo proceso que conllevaba un divorcio.
En aquella época las esposas eran una pertenencia más del marido y era este el que disponía de la decisión de dar por zanjado el matrimonio cómo y cuando quería.
En muchas ocasiones, el motivo de la ruptura matrimonial estaba ocasionado por alguna infidelidad cometida por alguno de los cónyuges.
Si era la esposa, a modo de escarnio público, el marido llevaba a la mujer atada con una soga al cuello hasta un mercado público o bien convocaba subastas clandestinas en algún establo.
Con bastante frecuencia, el mayor postor y comprador de la mujer solía ser el amante con el que se había cometido la infidelidad. Éste pagaba el precio acordado y se llevaba consigo a la subastada.
De este modo quedaba resarcido públicamente el honor del esposo, a la vez que sacaba un pequeño beneficio por tan mal trago.
El único caso documentado en el que un hombre fuese juzgado por realizar la venta de su esposa está datado en 1913 en el condado de Leeds, cuando la práctica ya estaba legalmente prohibida.
Los casos en los que la autoridad había intervenido se habían resuelto imponiendo una multa económica al infractor, pero la cantidad solía estar por debajo del precio cobrado tras la venta.
Los precios de venta/subasta de esposas se calculaban en función de varios factores, pero sobre todo prevalecía el de la edad y belleza de la mujer. Por lo que la compra a través de una subasta de la esposa de otro hombre podía oscilar entre 1 chelín y las 150 libras esterlinas.
Si era la esposa, a modo de escarnio público, el marido llevaba a la mujer atada con una soga al cuello hasta un mercado público o bien convocaba subastas clandestinas en algún establo.
Con bastante frecuencia, el mayor postor y comprador de la mujer solía ser el amante con el que se había cometido la infidelidad. Éste pagaba el precio acordado y se llevaba consigo a la subastada.
De este modo quedaba resarcido públicamente el honor del esposo, a la vez que sacaba un pequeño beneficio por tan mal trago.
El único caso documentado en el que un hombre fuese juzgado por realizar la venta de su esposa está datado en 1913 en el condado de Leeds, cuando la práctica ya estaba legalmente prohibida.
Los casos en los que la autoridad había intervenido se habían resuelto imponiendo una multa económica al infractor, pero la cantidad solía estar por debajo del precio cobrado tras la venta.
Los precios de venta/subasta de esposas se calculaban en función de varios factores, pero sobre todo prevalecía el de la edad y belleza de la mujer. Por lo que la compra a través de una subasta de la esposa de otro hombre podía oscilar entre 1 chelín y las 150 libras esterlinas.
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