No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde sereúne público innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te verás obligado acomunicar tus secretos con el lenguaje de los dedos, ni a espiar los gestos quedescubran el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto aella y que arrimes tu hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de que disponeste obliga forzosamente, y la ley del sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado.Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación, y que tus primeras palabrastraten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale a quién pertenecen los caballosque van a correr, y sin vacilación toma el partido de aquel, sea el que fuere, quemerezca su favor. Cuando se presenten las imágenes de marfil en la solemne procesión,aplaude con entusiasmo a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso el polvo se pega alvestido de la joven, apresúrate a. quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caídopolvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarteobsequioso. Si el manto le desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítalela tierra que lo mancha, que bien pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con suconsentimiento podrás deleitar los ojos al descubrir su torneada pierna. Además,observa si el que se sienta detrás de vosotros saca demasiado la rodilla y oprime suebúrnea espalda. La menor distinción cautiva a un ánimo ligero. fue útil a muchoscolocar con presteza un cojín o agitar el aire con el abanico, y deslizar el escabel bajounos pies delicados. El circo brinda estas ocasiones al amor naciente, como la arena delforo que entristecen las contiendas legales. Allí descendió a pelear mil veces el hijo deVenus, y el que contemplaba las heridas de otro, resultó herido también; y mientrashabla, toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente, y, depositada la fianza,pregunta quién salió victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava en el pecho, y,simple espectador del combate, viene a ser una de sus víctimas
Del libro Ars amandi (El Arte de Amar) del poeta romano
Publio Ovidio Nasón (en latín Publius Ovidius Naso)
(Sulmona, 20 de marzo de 43 a. C. – Tomis, actual Constanza, 17 d. C.)
Famoso sobre todo por sus obras Arte de amar y Las metamorfosis, obra en verso en que recoge relatos mitológicos procedentes sobre todo del mundo griego y adoptados por la cultura latina de su época.
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