Después de que el imperio creado por Alejandro Magno quedara fragmentado por las luchas internas entre sus codiciosos generales y mucho después de la muerte del tirano de Siracusa, Dionisio, existía una ciudad del sur de Italia llamada Tarento, que en esos momentos era la más importante de la península. Por algún motivo, tanto Filipo como su hijo Alejandro no prestaron ninguna atención a Italia ni Sicilia, llevando sus conquista hacia el este.
Tarento había tenido enfrentamientos con los nativos italianos pero gracias a la ayuda de Esparta y a su habilidad consiguieron salir victoriosos.
Pero un formidable enemigo estaba emergiendo poco a poco. Era una ciudad del centro de Italia, que estaba haciéndose cada vez más poderosa, pero de una manera constante y pausada que hizo que cuando Tarento se dio cuenta, ya fue demasiado tarde. Esta ciudad era Roma.
Cuando se declaró la guerra entre estas dos ciudades, Tarento pidió ayuda a Pirro, rey del Epiro, una ciudad macedónica. Pirro desembarcó en Italia con 25000 hombres y una cantidad de elefantes y se enfrentó a los romanos. Los romanos jamás habían visto a semejantes animales y en la primera batalla las legiones romanas fueron arrasadas por las falanges macedónicas, gracias a los elefantes (estas falanges ya se habían deteriorado y no tenían el nivel de las que lideró Alejandro). Pero Pirro, después de la victoria, contempló preocupado en el campo de batalla que los romanos sólo tenían heridas en la parte delantera. No habían huido a pesar de enfrentarse a tales mastodontes.
La guerra continuó y en la batalla siguiente Pirro volvió a ganar pero esta vez con mayores dificultades, debido a que los romanos estaban comenzando a saber defenderse de los elefantes.
Después de esta batalla alguien trató de felicitarlo por la victoria, a lo que Pirro contestó: “Otra victoria como ésta, y estoy perdido”.
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